Elaborar artículos con tule como petates, aventadores, o canastos, es una tradición que con paciencia, tiempo y pasión mantienen con vida un grupo de artesanos de la comunidad de San Pedro Tultepec, en el Estado de México.
A 54 kilómetros de la Ciudad de México, en el municipio de Lerma, se ubica esta población que alberga a 25 artesanos mayores de 50 años, quienes con su trabajo diario luchan por preservar el legado que les han trasmitido sus antepasados.
Y es que, cada vez hay menos tejedores de tule en Tultepec, a diferencia de hace algunas décadas, cuando familias enteras se dedicaban a esta actividad que les generaba grandes ganancias y permitía el sustento de sus hogares.
A pesar de que estos conocimientos se intentan transmitir a las nuevas generaciones, son los jóvenes quienes los rechazan, por pereza o porque van en busca de otros empleos que les dejen mejores ingresos.
Para Rufina Vázquez Montaño, jefa suprema del Consejo Indígena Náhuatl de Tultepec, es lamentable que el trabajo con tule se extinga, porque es una actividad en la que ella y muchas personas de su generación trabajaron, se criaron y de ahí se mantuvieron
«Yo quisiera que esto no se perdiera, que lo lleven como herencia de los antepasados, de nosotros que trabajábamos; digamos que en el petate ya no, pero el material se sigue usando, nosotros quisiéramos que los jóvenes siguieran este trabajo», expresa la artesana de 83 años de edad.
Rufina Vázquez, una de las mujeres más longevas de la comunidad, fue elegida jefa suprema de su pueblo por sus conocimientos y dominio en el trabajo del tule, que adquirió desde los seis años de edad.
«Trabajé desde chica el petate, la canasta, la bolsa, el tortillero, aventadores y curiosidades. Todos trabajamos así, nos enseñaban nuestros jefecitos desde niños con el tule que se iba desperdiciando, con ese nos enseñábamos a tejer la orilla, luego cerrarlo, trenzarlo y así poco a poco, parte por parte, íbamos aprendiendo», relata.
Y vienen a su memoria los mejores recuerdos de su vida, cuando «aquí no había ninguna persona que no lo trabajara (el tule), nos sentábamos en petatito, aquí todos usábamos petate para sentar, sacar la basura y también hacíamos canastitas para ir a la tienda o al mandado, ese era nuestro trabajo y eso era lo que usábamos».
La artesana también recuerda que todas las familias de Tultepec salían a vender sus productos a la Ciudad de México y a los pueblos cercanos, mientras que otros iban a Texcoco y otros municipios del Estado de México.
Cuenta que antes había la necesidad de usar petates, porque todas las casas de los pueblos eran de adobe, de piedra, y eran esas personas, con pocos recursos económicos, quienes adquirían sus productos.
En esta población, el petate era utilizado durante todo el ciclo de vida de las personas; se empleaba desde el momento en que los bebés nacían, cuando las parejas se casaban y si alguien moría, era envuelto en él y así se enterraba.
Ahora, el petate se ha remplazado por los colchones, por ejemplo, pero todavía se usa para colocar ofrendas en el Día de Muertos, en los novenarios, para recoger la basura, y en las festividades del pueblo, los día 2 de febrero y 29 de junio.
A sus 84 años, Santos Reyes Ballesteros aún recuerda que cuando era pequeño y que en todas las casas de la población se trabajaba el tule y los padres con paciencia enseñaban a sus hijos esta labor.
«Yo desde los ocho años me iba a la escuela y cuando regresaba, mi papá decía `vente te voy a enseñar cómo se hace´, antes era el petate, el aventador», platica a Notimex otro de los artesanos que ha dedicado toda su vida a este oficio.
Con esmero, don Santos trenza el tule con ayuda de sus pies y manos, para dar forma a un aventador, mientras cuenta que sus ochos hermanos tuvieron la dicha de aprender las técnicas para tejer, pero ahora sólo él queda con vida y desea que esta actividad no desaparezca.
Sentado en un banco de madera, no pierde la concentración y con la misma agilidad que cuando era joven, continúa elaborando ese instrumento que servirá para soplar el carbón que se coloque en el anafre y produzca fuego.
Con tristeza, don Santos expresa que «es bonito trabajar el tule, yo le digo a mis hijos `ven, te enseño cómo se hace un caballito, un aventador, un metate, una canasta, pero no hacen caso ya, somos pocos los que trabajamos esto`».
En una comunidad donde, a pesar de estar cerca de la urbanización, la vida es más tranquila y se puede disfrutar cada minuto, este artesano dedica el día completo a esta labor. Se despierta desde las cinco de la mañana y deja de trabajar hasta el anochecer.
A diferencia de otros artesanos, don Santos no compra la materia prima y a su avanzada edad todavía tiene fuerzas para levantarse de madrugada y caminar varios kilómetros hasta llegar a la laguna del poblado para corta este significante producto.
Sin embargo, también hay personas que se dedican exclusivamente a cortar el tule y ofertarlo a aquellos que por alguna razón les es imposible trasladarse hasta la laguna, donde pueden obtenerlo sin pagar una cuota.
Don Felipe Morales Ortega es uno de l
Con tristeza, don Santos expresa que «es bonito trabajar el tule, yo le digo a mis hijos `ven, te enseño cómo se hace un caballito, un aventador, un metate, una canasta, pero no hacen caso ya, somos pocos los que trabajamos esto`».
En una comunidad donde, a pesar de estar cerca de la urbanización, la vida es más tranquila y se puede disfrutar cada minuto, este artesano dedica el día completo a esta labor. Se despierta desde las cinco de la mañana y deja de trabajar hasta el anochecer.
A diferencia de otros artesanos, don Santos no compra la materia prima y a su avanzada edad todavía tiene fuerzas para levantarse de madrugada y caminar varios kilómetros hasta llegar a la laguna del poblado para corta este significante producto.
Sin embargo, también hay personas que se dedican exclusivamente a cortar el tule y ofertarlo a aquellos que por alguna razón les es imposible trasladarse hasta la laguna, donde pueden obtenerlo sin pagar una cuota.
Don Felipe Morales Ortega es uno de l
os pocos cortadores de tule que hay en Tultepec y junto con uno de sus hijos, se siente orgulloso de realizar este trabajo que lo aprendió desde su infancia, gracias a su padre.
«Para ir a cortar el tule nos vamos a las cinco y media de la mañana, para que el sol no nos agarre. Lo cortamos, lo manojeamos y los subimos a nuestra lancha o canoa y de ahí nos trasladamos hacia acá en una camioneta», explicó.
De acuerdo con este cortador, luego de extraer el tule de la laguna se tiene despuntar, es decir, quitarle la espiga y después tenderlo en el patio para que se amarille o seque durante cinco días.
Aunque este trabajo le deja buenos ingresos, sólo es temporal, porque el proceso natural del tule se lleva a cabo de mayo a septiembre, y es cuando ellos aprovechan para ir todos los días y cortar hasta seis manojos.
Por su avanzada edad, las personas que trabajan el tule en Tultepec están muriendo y se llevan a la tumba esta tradición milenaria que las nuevas generaciones se niegan a preservar.